Cuando hablamos de la naturaleza de la creación, no nos referimos a la creación en sí, sino a la manera en que hemos aprendido a concebirla y racionalizarla, una que no permite el entendimiento del proceso, sino que nos niega la posibilidad de aplicar la lógica a la proyección del mismo en términos reales. En palabras del filósofo francés Sebastián Faure:
“El acto de creación requiere un cambio de estado en el creador: de no haber ejercitado su voluntad, de haber ejercitado su voluntad. La naturaleza de la libre voluntad es ejercitar esa voluntad. Una decisión no es un cambio de naturaleza sino de la mente, y esto no viola la inmutabilidad de la naturaleza de Dios. Pero un Ser inmutable no puede someterse a un estado de cambio. Aquí el argumento falla por la diferencia entre inmutable en naturaleza, y la habilidad dentro de esa naturaleza para tomar una decisión. Por lo tanto, un Ser inmutable no puede crear el Universo, y entonces Dios no existe.”
Un propósito -intención que se suele atribuir al Universo, o, en su defecto, a una o más hipotéticas entidades creadoras- es un objetivo que se manifiesta de forma deliberada y voluntaria. ¿Podemos atribuir estas cualidades al Universo o a una potencia de la cual nada sabemos? Evidentemente no. Y aquí estamos ante una disyuntiva: Al no comprender los procesos que posibilitan esa aparente causalidad, reemplazamos la incógnita por un ser ideado a la medida de tales incertidumbres y creamos una entidad que responde a nuestros cuestionamientos desde su actuar sobrenatural.
-Pabo-